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Diario de Joos

26-04-2008

Mujer entre Dos Mundos

Me encuentro en mi casa en España. Estoy sentada en la terraza, de frente al océano Atlántico, leyendo, por segunda vez, un libro de Lynn Andrews: Woman at the Edge of Two Worlds (Mujer entre Dos Mundos).
Aunque se trata de la iniciación sagrada durante la menopausia, sé que el contenido del libro es aplicable para todos nosotros en esta época, cualquiera sea nuestra edad, nuestro sexo.
Mientras estoy leyendo, intuyo, siento, huelo el contenido del libro. Es como percibo en este momento.
Quiero leerte a ti, lector de este diario, unos párrafos.
Imagínate que estás sentado a mi lado: 

 “… Salía del bosque hacia un claro.
El pasto era verde, exuberante y se veía húmedo por el rocío de la mañana.
Me llegaba hasta las rodillas. Yo caminaba lento, respiraba profundamente y sentía el fresco aroma del aire del norte.
El perfume de las flores de primavera era embriagador y relajante. Me sentía feliz.
El recuerdo de la reunión con “La Mujer de los Dos Mundos" me había dado un gran ánimo.
Yo sabía que estaba pasando por una puerta y eso me erizaba la piel. Este era un símbolo del cambio en que la mujer pasa de una etapa a otra en la vida.
No se trataba de un cambio sencillo sino de un largo viaje. Un viaje que requiere una profunda reflexión y aceptación.
Quería alimentar esa parte de mi misma que estaba cambiando. Quería hacer llevadero el cambio.
Mi consciencia estaba en la parte más profunda de mi cuerpo, en mi útero, y sentía la necesidad de mantenerme calma.
Sentía necesidad de paz así como la necesidad de unir los fragmentos de mi vida formando con ellos un escudo de poder y de amor…

“Quítame el velo" dijo la mujer. Me puse de pié lentamente, mis manos temblaban.
Mis dedos percibieron la fina textura de la seda. Con entusiasmo lo levanté y lo puse detrás de la cabeza de La Mujer de Dos Mundos.

En un primer momento el fulgor de su rostro me encegueció. Haz más suave tu visión –dijo. “No renuncies a tu poder – recuerda quién eres".
Era una mujer extraordinaria. Ella no tenía edad.
No podía adivinar su nacionalidad.
Ella parecía abarcar la totalidad de la feminidad.
Era hermoso ver su rostro.
Con su mirada inteligente.
Ella vestía con tenues telas que parecían reflejar el oro del Sol y la plata de la Luna.
Me pareció un ángel. Pude sentir la extraordinaria profundidad del amor que procedía de su corazón.

Ella me abrazó tan suavemente como había imaginado que la Gran Madre lo haría.
Me sentí reconfortada como nunca antes.
Fue entonces que, por primera vez, comprendí la necesidad de ser consolada mientras cruzaba esa puerta.
Y supe que ella comprendía todas mis fortalezas y mis debilidades.

“Escucharás mi voz, hija mía, y verás mi rostro en todas las cosas con o sin nombre.
Escucha bien: Estoy aquí por ti y por todos aquellos cuyo camino pase a través de mi".
Su voz fue como susurro en el viento y lentamente desapareció de mi vista.